
La larga tradición marinera de Barcelona hizo que en 1260 se viera la necesidad de crear el Consolat de Mar en la ciudad. Una herramienta que creó un corpus jurídico que permitió la expansión por el Mediterráneo de la marina mercante catalana. Emplazado durante su primera etapa en el edificio de la Lonja de Barcelona, a lo largo de los siguientes dos siglos se fueron abriendo Consulados de Mar catalanes en diversas ciudades del Mediterráneo como Marsella, Montpellier, Sevilla, etc.